POR FERNANDO RODRÍGUEZ CÉSPEDES |
El
título de Héroe Nacional conlleva condiciones que hay que preservar hasta el
último día de la existencia lo que, en ocasiones, resulta difícil por los
intereses y ambiciones que mueven a los hombres.
Considero
que el villano, convertido en héroe queda reivindicado. Pero el proceso
inverso, revierte la condición, aunque respeto a quienes opinan lo contrario y
pasan por alto grandes desafueros.
Participar
en el derrocamiento de un gobierno legítimo y democrático como el de Juan
Bosch, en un país que recién acababa de sufrir treinta y un años de tiranía, es
un crimen de lesa humanidad.
Agredir,
apoyado por fuerzas interventoras extranjeras, arrasando a sangre y fuego a
sectores del pueblo, es una felonía a la patria y más cuando las víctimas
luchaban por el restablecimiento de la democracia.
Nadie
discute el valor que se necesitaba para atentar contra el sanguinario dictador,
Rafael Trujillo Molina como hizo Antonio Imbert Barrera junto al grupo de
héroes que ajusticiaron al tirano.
Pero tampoco es discutible que en el
tiranicidio, participaron personas, beneficiadas del régimen, que sirvieron
incondicionalmente al tirano hasta que éste lesionó sus familias o intereses
particulares.
El
fin de la tiranía se veía venir, puesto que había entrado en contradicción con
los Estados Unidos y llegado a los máximos extremos de criminalidad y
decadencia, situación aprovechada por los héroes de mayo.
Pero
al margen de estas consideraciones, los estudiosos de la historia y de la
conducta de nuestros hombres públicos deben ponderar los cambios de actitudes
sociales de los individuos sin importar status o fama.
Porque
resulta cuestionable que alguien participe en una hazaña para liberar a un pueblo
de la tiranía, y luego se convierta en traidor de la soberanía de ese pueblo y
en verdugo de los luchadores por el restablecimiento de la democracia.
Son
actitudes que ensombrecen cualquier acto de pasada heroicidad.
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