Autor: Adrián Lebrón
Columnista invitado
La Sociedad Dominicana transita el camino de la Era digital, sumergida en una profunda crisis de identidad, pero no vayan a confundirla con aquella identidad que ubica a los ciudadanos como miembros de una familia, que les da un apellido vinculándolos a un Estado político, del cual derivan derechos y obligaciones. Sobre esa identidad ya todos hemos hecho conciencia: ese espacio todos lo reclamamos con virulencia, asumiéndonos parte de este país de contrastes singulares como lo han calificado algunos.
No solo estamos atrapados por la realidad que observamos, estamos convencidos de que esta es inmutable siendo eso lo peor, porque cuando nos quedamos sin ideales, el horizonte parece venírsenos encima y luego de eso, lo único posible es mantener el inexorable camino biológico hacia la muerte, puesto que cuando no se cosechan sueños, solo se vive cumpliendo los designios del tiempo y este es implacable golpeándonos con los impulsos de las agujas del reloj.
Hemos sido vencidos por el derrotismo, no tenemos las fuerzas alternas para levantarnos en contra de lo que consideramos la anomia nacional. Ciertamente que este es un país especial como decía Peña Batlle, y sigue siéndolo mas, con el pasar del tiempo. Ahora, no solo estamos enfermos de nuestros vicios tradicionales, sino que también hemos comprado algunos, completando un gran menú. Vamos como caballos desbocados en busca de unos objetivos individuales y egoístas, sin ninguna conexión que nos permita hacer sinergias para avanzar como Nación. Le hemos quedado a deber a nuestros padres fundadores, quienes crearon el vehiculo que es la patria y como si fuera poco nos dieron el combustible que fue su ejemplo para que hoy tuviéramos un mejor país.
Parecería que estamos en una dimensión desconocida digna de una novela de Kafka; donde el absurdo es lo normal donde solo importa lo que a cada uno nos conviene, y el sálvese quien pueda es ley, al margen del equilibrio idealizado que la justicia debe hacernos perseguir.
El ciudadano de hoy está obligado a despertar de ese letargo inducido en el cual hemos caído producto muchas veces de la indiferencia o el desaliento que nos embarga. Al ser testigo del estancamiento que acusa a nuestra sociedad, tenemos la obligación de despertar lanzándonos en una cruzada que recupere la esencia que con sangre, sudor y lágrimas forjaron hombres como Duarte, Sánchez, Mella y Luperon.
Esa es la única esperanza para dar un salto cualitativo que transforme a ese ciudadano con derechos y obligaciones en un sujeto activo capaz de participar empoderandose; transformando así el curso de su propio destino. Sin ese cambio nuestra generación pasará a la historia sin más rasgos que el Internet, los celulares y las redes sociales. Y Creo que nuestros hijos merecen algo mejor que eso.
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