La delegación dominicana, presidida por
el ministro de la Presidencia Gustavo Montalvo, se manejó a la altura de las responsabilidades puestas sobre sus hombros por un presidente que
aunque escucha todas las opiniones, adopta las decisiones propias de un
estadista.
En el gobierno hay algunos funcionarios
y aliados políticos minoritarios que se expresan con una ligereza propia de las
mentes calenturientas de los años sesenta y ven en cualquier disensión un
atentado contra el Estado, el partido en el poder, o una traición a la Patria.
No logran entender las implicaciones y
delicadeza del tema haitiano no obstante los inconvenientes internacionales que
nos ha ocasionado la sentencia 168-13
del TC que despoja, retrospectivamente,
de su nacionalidad a miles de dominicanos de ascendencia haitiana.
La pobreza de Haití, agravada con el terremoto del 2010,
constituye, una ventaja estratégica
fortuita en cualquier debate que sostenga frente a nosotros u otro país, por la tendencia natural de las gentes y hasta
de las naciones, a identificarse con el más débil.
Eso no quiere decir que nosotros debemos,
por solidaridad o complacencia, renunciar a nuestros derechos como nación libre
y soberana a establecer las políticas migratorias y de nacionalización que
consideremos adecuadas a nuestro ordenamiento jurídico.
Eso no lo discute nadie, pero lo cortés
no quita lo valiente, y el correcto inicio de las negociaciones en Juana Méndez,
así lo demuestran porque, de entrada, la vecina nación tuvo que reconocer el
derecho del país a adoptar soberanamente las citadas decisiones.
Las comisiones designadas por ambos
gobiernos seguirán reuniéndose para discutir amigablemente diferentes temas
sobre distintos aspectos de las relaciones binacionales, mientras los
nacionalistas recalcitrantes, a ambos lados de la frontera, se quedarán
"con las caras largas".
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