Autor Tiberio Castellanos |
Sí, se dice con frecuencia, yo respeto esa opinión, aunque no estoy de
acuerdo con ella. Y también se dice que hay que respetar las opiniones
ajenas.
Pienso que esto está muy bien para ambientes
como el de la ONU, en New York, donde se discute y discute y se vuelve a
discutir... y, generalmente, para eso están ahí... para nada mas.
Yo, personalmente, tiendo a limpiarme el fondillo con muchas opiniones.
Y esto, independientemente de que yo tenga en gran aprecio al opinante.
Por supuesto, y siempre que así lo pueda, no mostraré en presencia de
mis amigos mi
poco aprecio por sus "desatinadas" opiniones.
Otra
cosa, me parece repudiable, aparentar en presencia del opinante que uno
está de acuerdo con lo que él dice. Y esto sólo para que el amigo o
contertulio se sienta bién. En ocasiones, y frente a un apreciado amigo
diciendo lo que yo considero un disparate, no tengo otro recurso sino
sonreir.
Yo casi puedo felicitarme de conservar
la amistad con personas de diferentes credos.
Mucho antes del Concilio
Vaticano II, cuando comenzamos a llamarles Hermanos Separados, yo tenía
muy buenas relaciones con los cristianos de otras denominaciones. En
Pimentel me daba clases de aritmética (clases de refuerzo pues me
atrasaba en
matemáticas en la
escuela) Jaime, el pastor de la iglesia evangélica del pueblo.
Un día
le dije que había comenzado clases de francés con unas monjitas
canadienses que, por ese tiempo, vivían en el pueblo. El se interesó en
las clases, y al día siguiente fue conmigo ainscribirse también.
Las clases comenzaron y siguieron con normalidad. El no dijo que era
pastor evangélico ni nadie se lo preguntó. Pero parece que la noticia
llegó al cura y este mandó a suspender las clases. Eran dias anteriores
al Concilio.
En Santiago de Los Caballeros, viví un
tiempo en casa del pastor de la principal iglesia Adventista de la
ciudad, el Pastor
Valencia,
quien tambien era profesor en la Escuela Normal. A veces yo asistía,
con gusto, a los servicios religiosos de su iglesia.
Eso no me impide reirme de la ocurrencia de la Sra. Elena White
(1827-1915), que "descubrió" después de dieciocho siglos de
cristianismo, que era el sábado y no el domingo el que habia que
guardar. Aclaro, que de la Sra. White no me río en presencia de mis
amigos adventistas.
Y me place recordar en esos
pueblos del Cibao, a los "colportores" adventistas con sus libros
pioneros de la alimentacion sana y la medicina
alternativa.
En Santiago,
precisamente, y en el año 46 yo me involucré en aquella aventura del PSP
y la JD. Yo católico, mis camaradas del PSP, marxistas. Y... eran los
tiempos del tirano Stalin aquel que le preguntó a Churchill en Yalta:
¿Cuántas divisiones tiene el
Papa?
Siempre me chocó que un
antitrujillista siguiera lineamientos del genocida Stalin. No le
encontraba lógica al asunto. Pero... estábamos unidos en el
antitrujillismo.
Conviví, fraternalmente, diez años de exilio con ellos.
No los trece de mi exilio habanero, pues en junio del 59, Cuco, Manolo,
Quilito, Puellito y alguno mas que se me olvida, entregaron sus vidas
en aquella quijotada del dia 14.
El 27 de febrero de ese año, y en una
salida que le permitieron del campamento donde se entrenaba, Manolo me
había confiado: "Tiberio, esto es un holocausto"... y, ciertamente, eso
fue.
Tengo muy buenas
relaciones con los testigos de Jehová que
viven en
este edificio donde vivo.
Precisamente en estos días, recordamos con
frecuencia las siete palabras de Jesús en la cruz. La segunda de ellas
es aquella que termina con la promesa de Jesús, al llamado Buen
Ladrón:"En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso".
En la
Biblia que usan los testigos, la coma está, estratégicamente colocada,
no después de digo, sino después de hoy. Así, la promesa de Jesús no es
para lo inmediato, sino para el futuro, para la próxima vuelta de
Jesús a la tierra, cuando el Maestro resolverá todos estos problemas que
hoy tenemos, estableciendo, aquí mismo, no en el cielo, una especie de ilustrada dictadura con respaldo popular. Eso es lo que me han explicado.
A pesar de lo que
antes digo, cada mañana o
cada tarde, tres o cuatro viejitas, en la calle Ocho o en la 17 Ave.
del N W, muy sonreídas, le ofrecen al que pasa un volante o un
folletico, y a veces, algunas palabras sobre su credo. Y, curiosamente,
el grupo de los Testigos crece. He descubierto, que estas viejitas, que
de otro modo serían, solas en su apartamento, víctimas del olvido, el
tedio, la soledad, pasan un buen rato en la calle conversando unas con
otras y viendo pasar la gente. ¡Que eso también es vida!.
Un abrazo
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