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lunes, 28 de abril de 2014

¿Respetar las opiniones ajenas? ó ¿Respetar la dignidad humana de los que opinan?


Autor Tiberio Castellanos
 Sí, se dice con frecuencia, yo respeto esa opinión, aunque no estoy de acuerdo con ella. Y también se dice que hay que respetar las opiniones ajenas.
Pienso que esto está muy bien para ambientes como el de la ONU, en New York, donde se discute y discute y se vuelve a discutir... y, generalmente, para eso están ahí... para nada mas.
Yo, personalmente, tiendo a limpiarme el fondillo con muchas opiniones. Y esto, independientemente de que yo tenga en gran aprecio al opinante. Por supuesto, y siempre que así lo pueda, no mostraré en presencia de mis amigos mi poco aprecio por sus "desatinadas" opiniones.
 Otra cosa, me parece repudiable,  aparentar en presencia del opinante que uno está de acuerdo con lo que él dice. Y esto sólo para que el amigo o contertulio se sienta bién. En ocasiones, y frente a un apreciado amigo diciendo lo que yo considero un disparate, no tengo otro recurso sino sonreir.   
Yo casi puedo felicitarme de conservar la amistad con personas de diferentes credos. 
Mucho antes del Concilio Vaticano II, cuando comenzamos a llamarles Hermanos Separados, yo tenía muy buenas relaciones con los cristianos de otras denominaciones. En Pimentel me daba clases de aritmética (clases de refuerzo pues me atrasaba en matemáticas en la escuela) Jaime, el pastor de la iglesia evangélica del pueblo. 
Un día le dije que había comenzado clases de francés con unas monjitas canadienses que, por ese tiempo, vivían en el pueblo. El se interesó en las clases, y al día siguiente fue conmigo ainscribirse también.   
  
Las clases comenzaron y siguieron con normalidad. El no dijo que era pastor evangélico ni nadie se lo preguntó. Pero parece que la noticia llegó al cura y este mandó a suspender las clases. Eran dias anteriores al Concilio.
En Santiago de Los Caballeros, viví un tiempo en casa del pastor de la principal iglesia Adventista de la ciudad, el Pastor Valencia, quien tambien era profesor en la Escuela Normal. A veces yo asistía, con gusto, a los servicios religiosos de su iglesia.  
   
Eso no me impide reirme de la ocurrencia de la Sra. Elena White (1827-1915), que "descubrió" después de dieciocho siglos de cristianismo, que era el sábado y no el domingo el que habia que guardar. Aclaro, que de la Sra. White no me río en presencia de mis amigos adventistas.
 Y me place recordar en esos pueblos del Cibao, a los "colportores" adventistas con sus libros pioneros de la alimentacion sana y la medicina alternativa.        
   
En Santiago, precisamente, y en el año 46 yo me involucré en aquella aventura del PSP y la JD. Yo católico, mis camaradas del PSP, marxistas. Y... eran los tiempos del tirano Stalin aquel que le preguntó a Churchill en Yalta: ¿Cuántas divisiones tiene el Papa?     
Siempre me chocó que un antitrujillista siguiera lineamientos del genocida Stalin. No le encontraba lógica al asunto. Pero... estábamos unidos en el antitrujillismo.
 Conviví, fraternalmente, diez años de exilio con ellos. No los trece de mi exilio habanero, pues en junio del 59, Cuco, Manolo, Quilito, Puellito y alguno mas que se me olvida, entregaron sus vidas en aquella quijotada del dia 14. 
El 27 de febrero de ese año, y en una salida que le permitieron del campamento donde se entrenaba, Manolo me había confiado: "Tiberio, esto es un holocausto"... y, ciertamente, eso  fue. 
Tengo muy buenas relaciones con los testigos de Jehová que viven en este edificio donde vivo.
Precisamente en estos días, recordamos con frecuencia las siete palabras de Jesús en la cruz. La segunda de ellas es aquella que termina con la promesa de Jesús, al llamado Buen Ladrón:"En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso".
 En la Biblia que usan los testigos, la coma está, estratégicamente colocada, no después de digo, sino después de hoy. Así, la promesa de Jesús no es para lo inmediato, sino para el futuro, para la próxima vuelta de Jesús a la tierra, cuando el Maestro resolverá todos estos problemas que hoy tenemos, estableciendo, aquí mismo, no en el cielo, una especie de ilustrada dictadura con respaldo popular. Eso es lo que me han explicado.
 A pesar de lo que antes digo, cada mañana o cada tarde, tres o cuatro viejitas, en la calle Ocho o en la 17 Ave. del N W, muy sonreídas, le ofrecen al que pasa un volante o un folletico, y a veces, algunas palabras sobre su credo. Y, curiosamente, el grupo de los Testigos crece. He descubierto, que estas viejitas, que de otro modo serían, solas en su apartamento, víctimas del olvido, el tedio, la soledad, pasan un buen rato en la calle conversando unas con otras y viendo pasar la gente. ¡Que eso también es vida!.  
Un abrazo

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