Benjamin Garcia
Intelectual mocano
“Yo quiero un pueblo
que ria y que cante, yo quiero un pueblo que baile en las calles…. Yo quiero un
pueblo…” Danny Rivera
“Un pueblo es… un
pueblo es… abrir una ventana en la mañana y respirar. La sonrisa del aire en cada esquina y
trabajar, trabajar…uniendo día a día un ladrillo en la esperanza, mirando al
frente sin volver la espalda…” María Ostiz cantautora española.
Recuerdo la emoción que despertaba escuchar una canción como
esta. El entusiasmo generado entre los
jóvenes congregados en grupos culturales, en la Pastoral Juvenil de las
Iglesias. La manera en que incitaba a continuar
la difícil, pero siempre reconfortante labor, de armar utopías y construir las
quimeras del futuro. Se cantaban desde
los andamios tibios del decoro y la dignidad.
En el escenario del Club, en las canchas, en los bares y hasta en las
discotecas recién estrenadas.
Desde esta madrugada de sombras quiero volver a cantar, ¡Yo
quiero un pueblo! Un pueblo libre del
dolor y la desvergüenza. Cantando la
esperanza. Sin las ataduras del clientelismo barato sobre el cual los políticos
han construido su base de sustentación.
Alejado de todo tipo de vicio, incluido el de la corrupción y el tráfico
de voluntades, vendidas en el mercado poco honrado de las campañas
electoreras.
Yo quiero un pueblo que sustente su futuro en valores como
la educación y el trabajo. Que no
necesite de la dádiva de nadie para llevar sus hijos a la escuela o poder curar
una herida. Un pueblo libre de
prejuicios, de pensamiento claro e ideas renovadoras. Cantando desde la mañana, con los pájaros del
campo, la canción de la fe y el optimismo.
Sin harapos que cubran su alma.
Yo quiero un pueblo alegre, no “bochinchero y
pachangoso”. Que disfrute la junta en la
esquina y el parque, en la convergencia de los caminos, en las playas o en las
rutas de los ríos sin la necesidad de estimulantes alcoholizados. Brindando el regocijo, la satisfacción del
trabajo honrado. Dispuesto al abrazo con el paisaje, a sonreír al amigo y
tender una mano cuando alguien a su lado lo reclame.
Sin miedos, liberado del pesimismo. Menos quejoso y más proactivo. Dispuesto a asumir los desafíos y retos del
destino. Que hable menos y trabaje
más. Liberado de la retórica de los
genios amargados del derrotismo. Con
capacidad para reconocer sus derechos y siempre dispuesto a cumplir con sus
deberes. Menos informal y más respetuoso de las normas. Consciente de la necesidad de guardar el
respeto en la convivencia social. Un
tilín menos egoísta.
Quiero escuchar las
campanas llamando a la escuela. Los niños entonando el himno con el
mismo
entusiasmo con que corean una melodía banal de la época. Entregados al
estudio, la investigación. Quiero ver repletas las bibliotecas, de
estudiantes y de libros. Ver vivos los
teatros y las canchas. Los espacios del
club recibiendo la algarabía de la juventud.
Es posible, y la clave está en el corazón y la conciencia de cada
ciudadano común. Pero también en el corazón
y la conciencia de cada dirigente atrincherado en los partidos políticos, en
los sindicatos, en las asociaciones civiles, en las Iglesias, en las
universidades, en las juntas de de vecinos, en las fundaciones, en los medios
de comunicación. Es posible si
despertamos y recapacitamos. Si
entendemos de una buena vez que el jolgorio no es buen escenario para armar el
futuro.
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