lunes, 11 de octubre de 2010

Detrás de la cortina: 1916-1965.-Debate histórico sobre la evolución política de las izquierdas


Autor: Juan Carlos Espinal
Columnista invitado

Los revolucionarios latinoamericanos de izquierdas, comunistas o no, descubrieron tardíamente la senda del poder político, a través de la guerra de guerrillas.

Tal vez eso se debe a que históricamente esa forma de actividad – esencialmente rural – se asociaba con los movimientos de ideologías arcaicas que los historiadores del caudillismo montonero del siglo 19 confundían fácilmente con el conservadurismo o incluso con la reacción militarista del siglo 17 y la contrarrevolución.


Después de todo, las grandes guerras de guerrillas del período de la liberación nacional de entre 1863 y 1865 se habían hecho siempre contra el imperio y nunca a favor de República Dominicana y de su causa revolucionaria.

De hecho, los el términos “gavillero”, “trinitario” o comunista pasaron a formar parte del vocabulario popular marxista hasta después de la revolución burguesa de Jiménez Grullón y otros.

 Los héroes de La Barranquita, por ejemplo - Máximo Cabral – que durante la guerra civil del periodo de liberación nacional anti imperialista- había intervenido tanto en operaciones de guerra regulares como irregulares, utilizaban el término “camarada”, que durante la primera guerra mundial se impuso entre los movimientos de resistencia de inspiración soviética.

(No significa ello que fueran socialistas o liberales). Retrospectivamente, resulta sorprendente que la guerra de guerrillas apenas tuviera importancia en la guerra civil de 1965, pese a las grandes posibilidades de realizar operaciones rurales simultáneas de ese tipo en las zonas golpistas ocupadas por las fuerzas norteamericanas.

De hecho, los comunistas organizaron una intensa actividad de choque – instigación desde el interior de sus comandos, aunque, en verdad, la guerrilla urbana no figuraba entre las tácticas de los revolucionarios del 14 de junio.

Excepto en el MPD, donde algunos dirigentes comunistas fueron pioneros en la nueva estrategia política, después que el secuestro del coronel Donald Crowley -agregado militar de EEUU en República Dominicana- se volviera contra los antiguos aliados del “foquismo” tras el espectacular fracaso militar de la insurrección revolucionaria Caamañista, en Caracoles, 1973.

Juan Bosch, principal arquitecto de la nueva estrategia democrática pos Trujillo, que terminaría por conducirle al poder en la República Dominicana colonialista, no sólo reconocía que después de 30 años de dictadura militar había extensas zonas de la administración pública que escapaban al control central del gobierno, sino que, como devoto admirador de las ideas constitucionales de Gregorio Luperón , Ulises Francisco Espaillat y otros creía que la táctica de la guerrilla o que el uso de la fuerza era ya para 1963 un componente tradicional de los conflictos sociales burgueses en República Dominicana.

Desde luego, a ningún historiador contemporáneo con una cierta formación clásica se le escaparía la similitud existente entre el establecimiento de Bosch de la prima zona libre de guerra de guerrillas y dictaduras militares y la constitución liberal civilista de los independentistas Cibaeños de 1857.

La estrategia de izquierda revolucionaria, aunque heroica e inspiradora, parecía ya inadecuada para 1970 en unos países con unas comunicaciones internas modernas y para unas fuerzas armadas habituadas a controlar íntegramente el territorio, por remoto que fuera.

Lo cierto es que el foquismo en un principio ni siquiera tuvo éxito en Cuba, donde la dictadura de Fulgencio Batista después de varias campañas militares, obligó en 1957 a los comunistas a abandonar sus territorios en las principales regiones de la Habana y a retirarse a una región montañosa y poco pobladora del Nordeste de la Isla.


Después que los jefes de San Isidro abrazaran el golpismo, a principios de los años sesenta, ningún grupo izquierdista de importancia volvió a poner en práctica la táctica de guerrillas en provincia alguna, a no ser el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó- en su lucha contra los marines norteamericanos, -que inspiraría al general francés Charles de Gaulle y a los movimientos estudiantiles del París de 1968, años después.

 El propio Caamaño no sería considerado la guía de los revolucionarios hasta después de la Revolución de Abril. Sin embargo, Caracoles ofreció una ocasión más inmediata y general para adoptar el camino democrático electoral desde la guerrilla hacia la revolución social.

La izquierda revolucionaria fue finalmente derrotada – con la colaboración, en grado diverso, de los EEUU y la CIA – y de los movimientos de intelectuales oligárquicos. Los regímenes sucesivos de Balaguer (1966-1978) se integraron a la sociedad bajo el control del Ejército donde la resistencia política ideológica de la izquierda había sido más eficaz.

 Las izquierdas revolucionarias que se establecieron en el Este y el Norte de la Isla con posterioridad a 1916, (en la Romana y Santiago, por ejemplo) deben ser considerados también como producto de la resistencia durante la ocupación militar norteamericana, pues incluso en el país el avance definitivo de los partidos tradicionales de derechas hacia el poder no se inició hasta el momento en que el Ejército Norteamericano intentó ocupar el territorio central del país en 1924.


La segunda oleada de la Revolución Social contemporánea latinoamericana surgió de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, aunque en unas formas totalmente distintas. En la segunda ocasión, las izquierdas participaron en la guerra y no rechazaron lo que llevó a Juan Bosch al poder: La Revolución. La naturaleza ideológica y la acción política de los historiadores contemporáneos - en el contexto a la discusión sobre la existencia en el país de la izquierda o no, (o de si es falsa o no)-, entonces, se analizan en otro lugar.



Lo que nos interesa aquí es el proceso de revolución en el Siglo 21, en sí mismo. Las revoluciones que estallarían a mediados del Siglo 20, tras el final victorioso del Dr. Fidel Castro Ruz, fueron distintas, por ejemplo, en dos aspectos, de la Revolución Clásica de 1789 y de la de octubre de 1917, e incluso del lento hundimiento de los viejos regímenes sociales del México revolucionario de Porfirio Díaz.


 En primer lugar – y estos hechos históricos recuerdan a los golpes militares nacionales de la República Dominicana de entre 1900 y 1914 – no había dudas respecto a quien ejercía el poder en la isla: El grupo (o grupos) político vinculado a las victoriosas fuerzas armadas de EEUU, pues Alemania, Italia y España no habrían podido derrotar “solamente” a las fuerzas de resistencia internas, ni siquiera a las huestes de Enrique Blanco (naturalmente, los ejércitos imperiales se opusieron a los regímenes sublevados dominados por los “rebeldes” o “comunistas”). En segundo lugar, en la guerra fría no existió interregno, ni vacío de poder.



En este país, los “comunistas” tendrían todavía que conseguir el poder, después de 1959, enfrentándose al gobierno de Trujillo, corrupto y cada vez más débil, pero que también había luchado en la ocupación militar norteamericana de entre 1916-1924.


Por su parte, EEUU observaba los acontecimientos sin dar muestras del menor entusiasmo. En realidad, aplicar la estrategia de la guerra de guerrillas para alcanzar el poder significaba apartarse de las ciudades y de los centros industriales, donde residía tradicionalmente la base de sustentación social de los movimientos obreros socialistas, y llevar la lucha al medio rural.

Más exactamente, dado que el entorno más adecuado para la guerra de guerrillas es el terreno montañoso y boscoso y las zonas cubiertas de matorrales, supone llevar la lucha política a un territorio alejado de los principales núcleos de la población.



En palabras de Bosch, la sociedad rural dominicana de 1963 debía integrarse a la democracia popular antes que golpearla. Por lo que respecta a la resistencia armada de izquierda, la insurrección urbana, por ejemplo, el levantamiento de Wessin en 1970 – en alianza con sectores del brazo político armado del MPD – y el del Manaclas, un poco antes, entre 1963-1964 – hubo de esperar hasta que la guerra fría hubiera terminado prácticamente, al menos en la región.

Lo que ocurrió con el desplome electoral de las potencialidades de los partidos políticos de izquierdas fue el resultado que acarrea normalmente un levantamiento urbano prematuro.



En suma, para la mayor parte de los intelectuales pos revolución – incluso en un país con una población en constante movilización, ya en 1970, la guerra de guerrillas como camino hacia la revolución suponía tener que esperar largo tiempo a que el cambio procediera desde el exilio, es decir, desde fuera y sin que pudiera hacerse mucho para arreglarlo.

 Las fuerzas de resistencia, incluida toda su infraestructura burguesa eran tan sólo una minoría. Naturalmente, la izquierda dominicana necesitaba contar con el apoyo de una gran parte de la población, entre otras razones porque en los conflictos prolongados sus miembros se reclutaban mayoritariamente entre la población local.



Las profundas divisiones estratégicas (ideológias existentes) en los diversos núcleos de las izquierdas del Siglo 21 -y su relación con las masas- no son tan sencillas de analizar como lo sugieren las palabras del Dr. Eduardo Jorge Pratts sobre el debate suscitado en la opinión pública y sus controversiales afirmaciones: ”La izquierda no es falsa, no existe….” En los países favorables al status quo casi cualquier grupo de proscritos cuyo comportamiento social fuera considerado “adecuado” -según los criterios de los intelectuales y las burguesías locales- podía gozar de una amplia simpatía en su lucha contra la pobreza, o también contra los representantes de la izquierda populista nacional.

En mi opinión, la desigual lucha de clases,-en algunos casos- pasará a ser la lucha política y sindical de una aldea global contra otra-.



En República Dominicana, en el Siglo 21, se daban casos en que las izquierdas democráticas eran asediadas y destruidas.

Los más agudos analistas – César Pérez, Carlos Everstz, Hamlet Herman, Rosario Espinal y otros, aprendían a traducir en laboratorios socio-económicos y políticos en constante ebullición pero, como recuerda el historiador Roberto Cassá, en sus escritos sobre Movimiento Revolucionario 14 de junio y la evolución de las izquierdas en República Dominicana- ”La liberación social era una cuestión mucho más compleja que el simple levantamiento unánime de un pueblo oprimido contra los conquistadores imperiales…” .



Los intelectuales contemporáneos pos revolución que establecieron los ejes programáticos de la democracia representativa – 1962-2010 – descubrieron con injustificada sorpresa, que convertir a su causa una sociedad dominicana por clanes económicos y políticos ayudaba a establecer una red de capillas ideológicas innecesarias.

 Pero esas reflexiones no podían turbar la satisfacción de todos los gobiernos revolucionarios o de izquierdas latinoamericanos y sus pueblos desde Mar de Plata hasta el Gran Caribe Imperial.



La Revolución Latinoamericana que inspiraba sus acciones geopolíticas y estratégicas había progresado visiblemente.

Ya no se trataba de la URSS, débil y aislada, o del Capital de Marx, ni la revolución proletaria de Lenin, sino de la segunda gran oleada de la revolución social latinoamericana encabezada por sociedades en vías de desarrollo a las que podría calificarse como potencias, que habían surgido, o estaban surgiendo.

 ¿No cabía esperar que ese proceso revolucionario impulsara un nuevo avance de las derechas militares pos Trujillo , de sociedades y generaciones de jóvenes en confusión? Pero esta era política estaba a punto de finalizar, aunque tendrían que transcurrir otros 50 años antes de que fuera posible escribir el epitafio de las izquierdas. La izquierda es el pueblo.












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