Por: José Jordi Veras Rodríguez.
El ser humano por naturaleza tiende a no asumir la posición, en cuanto a su persona, más profunda, que es la práctica de la humildad. Continuamos muchas veces con la actitud de egoísta, ególatra, superficial, individualista, superioridad y no aceptación de errores y limitaciones.
Estas características las hacemos nuestras o a formar parte de la personalidad cuando vamos creciendo y haciéndonos adolescentes y, al llegar a la parte de ser hombre y mujeres, son pocos los que de forma fácil logran percatarse de que no han cambiado y lo hacen parte de ellos.
Muchas veces pensamos que actuar de forma poco humilde nos hará vulnerables, fáciles para el engaño y con poco carácter y no es así. Es algo seguro que uno convence más con nuestra actitud que con nuestras palabras.
Una persona puede llegar a establecer que es “una masa de pan” o que asume sus errores o que es capaz de indicar que para tal cosa no sabe o no puede aplicar su conocimiento para tal asunto porque simplemente no lo ha estudiado o no lo ha practicado y se piensa que no asumir con sinceridad esta situación es perder un pedazo de su persona o que el otro piense que usted no sea preparado y es todo lo contrario.
Sus semejantes aprecian en cada quien la sinceridad y la transparencia y todavía más, la humildad de reconocer ante otro que no puede continuar o conllevar algo y eso es practicar la humildad.
Es común entre los dominicanos y dominicanas observar que cuando no sabemos sobre algún tema, hecho, situación, materia, tópico o disciplina, se nos hace difícil decir que no sabemos de tal o cual cosa y recomendar a quien nos cuestiona a la persona o entidad que puede darle respuesta o ayudarlo, muchas veces, por pensar que estamos perdiendo un posible cliente; estamos creando la posibilidad de una debilidad o no queremos ante un amigo o ser querido asumir que de algo no sabemos ni tenemos idea y que podemos aprender de otros.
Es por esto que muchas veces usted nota que una persona que es técnica en algo nunca dice que no sabe o que no puede resolverlo, prefiere hacerlo mal hecho o una “chapucería” o cumplir a medias, o no dar su brazo a torcer, antes que ser lo suficientemente sincero y claro y expresar que no conoce o no sabe la solución o que simplemente se ha equivocado.
Ahora bien, es de sabios y de cualquier persona que quiere ser sincero consigo mismo, tratar de investigar sobre lo que no sabe o no tiene seguridad plena y con ello gana mucho, antes de emitir cualquier opinión o consideración o hacer alguna recomendación a un amigo, ser querido, cliente o paciente.
Siempre tengo en mi mente bien presente a médicos y otros profesionales y técnicos que ante un grave problema de salud, o de otra índole han sido capaces de asumir posiciones responsables y de mucha humildad y a pesar de ser reconocidas en su oficio, no les ha importado ni se les ha ido un pedazo de su cuerpo cuando han admitido que no pueden o no tienen la facultad para tal o cual cosa. Con tal actitud se han crecido y hoy merecen nuestra gratitud y respeto ante todo.
Existen hombre y mujeres, como Mahatma Ghandi y la madre Teresa de Calcuta, que llegaron a un punto de sus vidas que aprendieron a reconocerse y ver los problemas del otro como algo suyo y asumieron posiciones fuertes, inquebrantables, coherentes y siempre acompañados de la dosis de humildad que los caracterizaba y no por ello eran débiles, todo lo contrario.
Cuando reconocemos nuestros errores y trabajamos en corregirlos, así como al momento de abrir nuestro corazón y alma es la mejor manera de práctica la humildad. Invitamos a que la misma sea parte, forma de su vida, hasta de pensamiento. Estará más cercano a lo que Cristo mostró en vida.
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